12 de octubre de 2007

Gracias por hoy



Cuando mi abuela nos traía naranjas , nuestras roídas uñas infantiles arrancaban la áspera cáscara con urgencias de deseo goloso y la gratitud estallaba , brotaba mágica de nuestros labios en un coro espontáneo que inundaba su cara de besos a la vez que el aire se teñía con el olor de la fruta encantada.

Mas tarde nos domesticaron el lenguaje y los afectos con el libro de urbanidad que el hermano Ignacio nos hacía memorizar como si fuera el catecismo. Aprendimos a agradecer incluso lo que no era agradable, lo que no habíamos pedido y que, de ninguna manera , queríamos o necesitábamos.

D. Vicente, apóstol de la pedagogía del palo, rizó el rizo obligándonos a dar las gracias después de cada golpe que nos daba en la palma de la mano con aquella infame regla de madera. La tortura infantil cotidiana terminó de borrar el significado de la palabra gratitud.

Desde el principio de este curso, Shima, mi alumna iraní, se retrasa unos minutos a la hora de salir de nuestra clase de castellano. No sé si será su cojera o lo hace a posta, pero cuando la clase ya está vacía, levanta sus ojos hacia el profesor, hacia mí y dice “Gracias por hoy”. Sus palabras, en el peor castellano imaginable, se convierten ante mis oídos en mariposas que se llevan el recuerdo de D. Vicente y su regla, los libros de urbanidad y que llenan la clase, aun caliente , de fragancias a naranjas y a besos infantiles.

1 comentario:

mia dijo...

juan,
qué más se le puede añadir a un puchero dónde cargado de verdad,no cabe más que soñar...
revivir...pensar...
gracias Juan
besos