12 de octubre de 2007

Campañas sobre campañas







Por su hora de emisión, “Cristal”, una de las teleseries más largas y famosas fue, durante mucho tiempo, un serio competidor de nuestra labor pedagógica. Mucha gente - matriculada o potenciales alumnos – decidía quedarse en casa para ver el ciclo de las vicisitudes interminables de aquella rubia regordeta en vez de en vez de venir a clase a calentarse la cabeza con tablas y dictados. Nosotros, ante la perspectiva de perder la clientela, la ilusión y por supuesto el puesto de trabajo, decidimos pasar a la ofensiva. Grabamos la canción que cada día anunciaba el comienzo y el final de la telenovela y la acoplamos a nuestra megafonía. Nos acercábamos en silencio a la plaza de cualquier barrio sobre las 10 ó las 11 de la mañana y tras aparcar en el centro le dábamos caña al aparato:

- ¡Perdona, es que yo, caminaba por aquí.....! 

Así comenzaba la bobalicona sintonía y, a su reclamo, de inmediato las ventanas de los bloques se poblaban de cabezas curiosas intentando descifrar aquella irrupción extrahoraria y extraordinaria de “Cristal” en sus hogares.

- ¡Cristal, no estaría pasando las fatiguitas que ahora pasa si hubiera acudido al....Centro de Educación de Adultos!- interrumpíamos nosotros, saltando de esta acrobática manera desde la ficción televisiva a la vida de las “Julietas” que se asomaban a la plaza - ¡Ven al Centro de Adultos! ¡Ahora tienes, la oportunidad de aprender a leer y a escribir ¡ ¡Pasa de notas como Luis Alfredo! ¡ Ven al Centro de Adultos!.
A partir de aquí se oían risas por toda la barriada y aquel clima tan festivo nos abría muchas puertas y muchas mentes. Esta fue una de las anécdotas más divertidas de las que nos ocurrieron a lo largo de tanta campaña, pero, ....¡empecemos por el principio!




Una de las diferencias más notables entre la Educación de Adultos y las demás modalidades educativas como la extinta EGB o las actuales Primaria y Secundaria, es la voluntariedad con la que nuestro alumnado asiste a las clases y demás actividades. La escolarización que la ley prescribe como obligatoria, como un deber de la sociedad y de los padres para con los niños, se convierte a partir de la mayoría de edad legal en una decisión del ámbito del libre albedrío individual. Si bien es cierto que esa voluntariedad constituye fundamentalmente una ventaja pues a la persona que se acerca se le supone el interés y la autodisciplina, también es cierto que de esa opcionalidad nace una de las dimensiones más laboriosas de esta modalidad educativa: la captación continúa de alumnado.

Dado el perfil de las personas que asisten a nuestras clases, sobre todo su edad, suele ocurrir que sus propias carencias de instrumentos de lectoescritura y cálculo no son vividas como un grave problema. La mayoría de las personas que “están analfabetas” – el analfabetismo es un estado transitorio cuando no es una actitud vital - consiguen suplir esas deficiencias con una aguda intuición, con una serie de mecanismos astutos para salir airosas de situaciones comprometidas evitando en todo momento ser engañadas.


Sin pretender disertar sobre lo que en pedagogía popular se llaman “necesidades sentidas “y “no sentidas”, lo cierto es que el profesorado de Educación de Adultos debe emplear gran parte de su esfuerzo en diseñar campañas de captación que convenzan a las personas necesitadas de formación de que es posible superar esa carencia y que para ello deben para romper la inercia de la costumbre y dar el paso de acudir a las clases.

Las estrategias, unas diseñadas con esmero y otras apenas pergeñadas, han sido muy diversas. A lo largo de estos quince años hemos tocado todos los palos del cante y de la baraja. Ha habido campañas muy generales como las que se hacían al final de un curso o a comienzos del otro pretendiendo cubrir todas las bajas y vacantes producidas a lo largo de un año. A veces, por el contrario, se trataba de limitar la captación a un barrio o a una determinada franja de edad para llenar un grupo determinado o iniciar una particular experimentación curricular.

En cualquier caso, sea cual fuere el marketing utilizado, nunca hemos dejado de contar con la colaboración decisiva de las personas que ya eran alumnas. Ellas, artistas del boca a boca popular, profesionales de la subversión doméstica de la cultura, han sido y son las auténticas e irremplazables propagandistas de nuestro proyecto educativo.

Quizás la parte más ardua y difícil de estos lanzamientos publicitarios fuera llegar a las personas analfabetas por cuanto son las más refractarias a los reclamos publicitarios con texto. ¿Como llegar con nuestra propaganda basada en la palabra escrita – pancartas, octavillas , carteles,..- justo a la gente para la que un reclamo de ese calibre es tan indiferente, tan incomprensible como pueda ser para un árabe un manual de calculadora en idioma japonés?

Los grandes publicistas, en sus campañas de papel cuché suplen esta carencia con imágenes impactantes en las que juegan con símbolos y colores. Un amigo mío me contaba que en su pueblo todos los analfabetos, cuando llegaban las elecciones, sabían donde ponía “VOTA PSOE” por los colores, la forma y los rostros de tantísimo cartel fijado a la pared. Nuestra pobreza de medios nos dificultaba seguir tal ejemplo.

Una persona que no sabe leer es, según Perogrullo, físicamente igual que otra capaz de descifrar mensajes escritos. Sin embargo, cuando realizamos el acto más repetido curso tras curso en cualquier campaña de captación, el reparto de octavillas en el Mercadillo de los Martes, es casi posible, para la diestra pupila y el entrenado tímpano de un experimentado alfabetizador, distinguir la mirada como fría y el tono de voz disimulado con la que una presunta analfabeta te preguntará al recibir el papel: “¿Esto que es, muchacho?”. Es una mirada especial, que no se dirige al mensaje de papel sino al remitente, un favor que no se pide pero se necesita, una iluminada señal, una escondida clave que te hace cambiar el chip para dar la primera información, tan importante, a una potencial cliente.

Para romper esa incomunicación de toda una vida, esa clandestina enemistad con los papeles escritos, se hacía necesario encontrar una imagen, un logotipo, un reclamo que permitiera a la persona que no sabía leer , asociar ese papel que le dábamos con algo que tenía que ver con ella y que podía significar una mejora en su calidad de vida.

Y lo encontramos , ¡claro que sí, que lo encontramos!. Quizás lo recordéis. Se trataba de la recreación de una gigante huella dactilar de un dedo índice, y sobre ella un par de aspas de estas que se trazan sobre el cigarrillo para representar la prohibición de fumar. Debajo de la huella y las aspas, el eslogan que se haría tan famoso a fuerza de repetirlo cientos, miles de veces : ¡Esta no es tu firma!.

No fuimos nosotros, seguro, ni sé a ciencia cierta quien fue el autor o autora de aquella maravillosa idea pero, poco a poco, la fuimos copiando unos de otros y terminó corriendo como la pólvora entre los centros de adultos convirtiéndose, en poco tiempo, en la imagen más popular de la propaganda de la alfabetización en Andalucía.

Era tan humillante para la mayoría de nuestras alumnas el acto de manchar el dedo en el tampón y estamparlo al final de un documento para cobrar, para recibir o enviar telegramas, etc., que la imagen – negra tinta sobre blanco papel- les recordaba inmediatamente su carencia. De alguna manera el panfleto con aquella huella gigante tenía algo que ver con su vida, con su situación. Además buscábamos la complicidad del hijo o de la hija lectores yendo a su corazón con frases como: “La persona que nos necesita, hoy no podrá leer este anuncio. ¡Ayúdale tú! “. Sin la connivencia explícita de muchas familias y vecinos no habríamos conseguido, siquiera, empezar nuestra labor. En aquellos tiempos, muchas alumnas camuflaban su vergüenza por ir a la escuela diciendo que iban a la academia de corte y dejando asomar del bolso donde escondían libretas y lápices, una enorme regla de madera, fraudulenta y equívoca evidencia de un supuesto aprendizaje en el dibujo de los patrones de la costura.

Otros cómplices necesarios e importantes fueron los funcionarios de ayuntamientos y juzgados pero, sobre todo, los empleados de las cajas de ahorros donde los mayores cobraban su pensión. Dejábamos en aquellos sitios, un montón de hojas de propaganda del Centro. y cuando la funcionaria o la cajera diagnosticaban a la persona que pedía el tampón para firmar alegando “ me he dejado las gafas en casa” , “ me acabo de poner las gotas de los ojos” , le sugería suavemente, dándole nuestra propaganda, que ya había un sitio donde las personas mayores podían aprender a firmar por si la interesada “conocía a alguien” que lo necesitara. Fueron más de una, de dos y de tres las personas que llegaron a nosotros por ese sistema.

Lo fundamental era romper el hielo de la inercia (¡Yo no quiero ir a ningún sitio!), la costumbre ( ¡Yo no necesito aprender nada ¡) y la baja autoestima (¡Yo soy incapaz de aprender ¡). Si conseguíamos llegar a la persona y tener con ella un par de minutos para explicarle como trabajábamos, ya teníamos la mitad del camino hecho. Para ello, cada grupo organizaba sus propias meriendas y se invitaba a vecinas y amigas para poderlas convencer “in situ”

Usábamos con frecuencia la radio insertando cuñas publicitarias cuando nuestra modesta economía nos lo permitía o, en su defecto , como ocurría en la mayoría de los casos, yendo al estudio de las emisoras locales con un grupo de alumnas significativas ( las más jóvenes, las más mayores, las que habían partido de cero, las que habían vuelto tras muchos años, etc..) que narrando su experiencia transmitían el necesario pellizco motivador a las oyentes.

Contagiados sin duda por los medios propagandísticos que usaban los partidos políticos en sus campañas de captación de votos usábamos sus mismos medios.... con excepción de los mítines. Así, un día nos decidimos a hacer megafonía por los barrios y calles céntricas de El Puerto. Pedíamos prestado el equipo técnico a veces al PCE y otras a CCOO o al PSA. Lo montábamos en el coche de Pepe o de Tere y nos lanzábamos, día si y día también, a la calle con nuestro machacón mensaje:
-¡Ven al Centro de Adultos! ¡Ahora tiene la oportunidad de aprender a leer y a escribir!- alborotaban nuestras bocinas, mientras repartíamos en mano propaganda por los alrededores de la Plaza de Abastos.
Mas adelante ampliaríamos nuestro mensaje para dar cabida en él a otro tipo de enseñanzas como el Certificado de Estudios Primarios o el Graduado Escolar, pero en aquellos inicios nos interesaba dar un mensaje corto y certero como aquél de “ Tres tabletas, veinte duros “ o el de “Vota Centro, vota Suarez, vota libertad!.

La verdad es que este sistema nos daba mucho resultado quizás porque sonaba a libertad de expresión recién estrenada. Apenas llevábamos cinco años de constitución y en el eco de los pasillos del congreso todavía rebotaba el recuerdo del vocerío fascista de Tejero y sus secuaces. Al reclamo de nuestro mensaje se acercaban infinidad de personas a la ventanilla del coche, aunque también es cierto que nos solían confundir con " el del turrón” o con “el colchonero-lanero” pues la megafonía de furgoneta era el recurso de marketing preferido por los vendedores ambulantes.

Todavía no habían parecido las televisiones privadas y mucho menos “El gran Hermano”. Aquellos eran los años de la televisión pública - la 2, el UHF como se le llamaba entonces aun no llegaba a todos los hogares- y del boom de las telenovelas latinoamericanas. En este contexto ocurrió la aventura que conté para enganchar con este relato, la utilización fraudulenta de una sintonía televisiva para ganar la atención de las vecinas. Y fue una estrategia exitosa, no cabe duda. Tras el impacto de la provocación musical, se formaban corrillos de conversación en los que era fácil dejar nuestro mensaje y de los que saldrían, sin duda, nuevas incorporaciones posteriores. Por parejitas, como los mormones o los Testigos de Jeovah - y provocando más de una confusión en este sentido- recorríamos los bloques, puerta a puerta, entregando nuestro reclamo publicitario.

En la actualidad, y aunque nuestras alumnas siguen siendo las mejores publicistas han aparecido nuevas figuras colaboradoras .Son los médicos de cabecera y los equipos de salud mental que nos utilizan como recurso para aliviar depresiones , síndromes menopaúsicos y como terapia alternativa para aquejadas del “nido vacío”, esa amarga angustia que devora a muchas mujeres cuando el último pajarito familiar levanta el vuelo o cuando los seres más queridos se embarcan en el viaje más postrero, universal y obligatorio.

Pero, siguiendo con nuestro relato, después de aquellas primitivas campañas de los carteles con la huella, la radio y el “puerta a puerta”, hubo una etapa en la que se desarrollaron las televisiones locales y los centros de Adultos nos agarramos a ellas como a un clavo ardiendo para utilizarlas como reclamo.

En El Puerto la primera emisora local que se montó, el canal 21, es la que con más cariño recuerdo. Era muy novedoso ver la tele y en ella todos los actos de Carnaval, Navidad o Feria que se desarrollaban nuestra localidad tan alejada siempre de los circuitos de la televisión pública. Hasta entonces nuestra ciudad sólo había gozado de cierta notoriedad televisiva cuando se fugó, herido y muerto de hambre, “El Lute”. Gracias al fantasmagórico relato que de su huida hicieron los medios de comunicación nacionales, los niños de El Puerto pasamos una decena de noches sin dormir, esperando verle aparecer “con una capa negra” y un cuchillo enorme, a la vez que el pobre Eleuterio compartía nuestra vigilia y nuestro terror subido a un árbol – como supimos después- , esquivando las parejas de picoletos. También fue temporalmente célebre nuestra localidad cuando “El Arropiero” se comió en sus calabozos, todos los marrones que la ineficaz “brigadilla” le atribuyó para darle un aura de psicópata , de asesino en serie, a quien ,el tiempo demostraría , sólo era un pobre e infeliz demente. Por primera vez veíamos a la gente sencilla y normal del Puerto por la tele en sus calles y sus plazas.

Así pues decidimos explotar la novedad y usar el canal 21 como nuestro principal recurso propagandístico. Para ello libramos de nuestro modesto presupuesto, la cantidad necesaria para grabar nuestro primer spot publicitario.

El primer problema fue que cuando nos decidimos a hacerlo estábamos ya a finales de junio y las clases habían acabado ya. La idea era dejarlo listo antes de las vacaciones y emitir en los primeros días de setiembre. Para grabarlo, sólo podíamos contar con la colaboración de los alumnos más hartibles a los que fácilmente podíamos localizar porque se pasaban todo el día en el centro, no podían vivir sin nosotros.

Canal 21 era tan precario en medios como el propio centro de adultos y, en la práctica, sólo tenía un cámara y un centro emisor así que nosotros teníamos que hacer el guión, la producción , los rótulos y todo lo que hiciese falta.

Localizamos a través del tam-tam oral y del teléfono a cuantos alumnos pudimos a pesar de la premura. La verdad es que todo fue más o menos bien a la hora de grabar la parte correspondiente a los primeros ciclos. Nuestras alumnas con su leer vacilante, suave pero firme a la vez, tenían una fuerza comunicativa importante. Sin embargo, para la segunda parte, llenar una clase de Graduado con 30 personas y grabar unas supuestas imágenes de este ciclo nos costó un poco más de trabajo. Allí nos colamos de extras además del alumnado voluntario, todo el profesorado, el personal de la Casa de la Cultura y algún que otro colega al que metimos en el embolado por el único delito cometido de pasar por allí en el momento oportuno.

El guión de esta trabajada parte era simple. Pepe , que siempre se presta voluntario para asuntos en los que el resto del claustro recula, debía aparecer junto al mapa de Andalucía y ,desde esa atalaya docente, explicar algunos contenidos generales al grupo (las ocho provincias, la capital, etc...). Al terminar la obligatoriamente escueta disertación, un oyente haría una pregunta “simple” y para tal menester se ofreció Manolo, un antiguo alumno. Había que economizar esfuerzos y horas de grabación pero se nos acababa el tiempo y la vacaciones estaban encima.

Cuando el cámara dio la señal, todos pusimos caras de estudiantes y Pepe, junto al mapa colgado del encerado, empezó su teatral monólogo:

- Como veis, Andalucía, tiene ocho provincias – y señalando alternativamente cada una , añadió - Cádiz, Huelva , Málaga, Córdoba , Jaén, Granada , Almería y ,por último, Sevilla que es su capital política. Su población es de aproximadamente ocho millones de personas. Como andaluces y andaluzas debemos conocer nuestra tierra y por ello dedicaremos a su estudio las próximas semanas. Antes de empezar el trabajo, ¿ alguien quiere comentar alguna cosa?

El operador, ya advertido, dirigió su objetivo hacia Manolo que levantaba muy lentamente la mano como exigía el guión.

- Yo tengo una pregunta, Pepe, - haciendo gala del tuteo, de la horizontalidad en el trato profesor y alumno que viene a ser uno de nuestras piedras pedagógicas ,– una pregunta que siempre he querido hacer.


- A ver, dime, Manolo- le animó Pepe, realzando el democrático tuteo

- Yo siempre he querido saber.....- y tras una teatral pausa añadió - ¿ Cuántos kilómetros de costa tiene Andalucía?

Afortunadamente, la cámara enfocaba aun a Manolo porque el rostro de Pepe y, por simpatía, el de los demás profesores se había mutado en un auténtico poema a la sorpresa. ¡No teníamos ni idea de que responder!

Sin embargo, Pepe, mientras la cámara se acercaba, hizo gala de uno de los recursos que más desarrollamos los educadores de adultos en nuestra carrera docente, una inusitada y prodigiosa rapidez de reflejos. Reprimió la sonrisa que ya le afloraba y también el deseo de mandar a callar a Manolo y, levantando el dedo índice hasta la altura de la cara, sugirió dirigiéndose al resto de la clase:

- Pues por ahí podemos empezar, buscando en la enciclopedia la extensión de las costas de Andalucía, la de sus ríos y de su red viaria. En fin, el próximo día empezaremos a trabajar en grupo estas y otras cuestiones. El grupo de Manolo, si no les parece mal, se hará cargo de la Geografía andaluza. ¿De acuerdo?

Estuvimos a punto de aplaudir de pie el quite torero de Pepe pero, por exigencias del guión, nos limitamos a asentir colectivamente, mientras hacíamos imperceptibles señas al cámara para que cortara de una vez la grabación. Cuando nos avisó de que había terminado, pudimos dar rienda suelta a las carcajadas. A Manolo, “ ¡lo hice con mi mejor intención!,” no lo linchamos como fue nuestro primer deseo porque sobre el significado del concepto “una pregunta simple” puede haber más de una interpretación, pero su ocurrencia figura en los anales del centro.


¿Qué cuantos kilómetros de costa tiene Andalucía? ¡Yo que sé! Me imagino que muchos. Mil veces habré leído la cantidad y el mismo número de ocasiones he recordado la pregunta inoportuna de Manolo y el lance “ a porta gayola ” de nuestro colega. Un millar de veces también he olvidado la respuesta pero para algo están las enciclopedias.

Hay quien piensa que los maestros somos ambulantes cofres de conocimientos que afloraran con un simple golpecito de demanda, un cotidiano “¡Abrete , Sésamo!” docente, en la tapa. No dudo que los habrá de tal catadura, prodigios de memoria detallista, perpetuos ganadores del Trivial de la materia curricular, pero, pienso yo, que nuestra profesionalidad no está en “el saber que se sabe” sino “en saber donde buscar el saber” . La virtud pedagógica no está tanto en declamar conocimientos de matemáticas, geografía o literatura como en la capacidad de contagiar esa manera y esas ganas de buscar el saber, el conocer, el experimentar. Conseguir que la persona se enamore de la cultura y que de ese matrimonio escolar sea el docente, a la vez, cura y testigo.

Y en eso, en la eterna tarea de “aprender a aprender”, la escena de Pepe y Manolo, inmortalizada por una cámara de televisión y tres decenas de memorias, nos regaló una maravillosa lección gratuita e inesperada.

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