12 de octubre de 2007

Rosa "la pistola".




- Juan, yo viví toda mi infancia en el campo, con mi padre. Vivíamos de lo que producían la huerta y los animales, sembrando y recogiendo, cambiando huevos por harina y tomates por vino. Mi padre,¡ Dios lo tenga en la gloria!, era una persona tan bruta y tan cerrada por aquella vida que, al hacer el reparto con el burro por los ranchos que había entre nuestra casa y el Puerto, era el pollino el que conocía el camino y las puertas donde debía pararse a entregar o recoger mercancías. Al regreso, - narraba todo esto con la alegría de quien quiere espantar a golpe de carcajadas el fantasma de un pasado embrutecedor- en la noche y borracho como una cuba, mi padre se agarraba a la cola del burro y éste le traía de vuelta arrastrando su “tajá” por los campos, porque si montaba al animal terminaba siempre por los suelos descalabrado como el Don Quijote ése.

Rosa me resumió de esta manera tragicómica, gesticulando y dramatizando cada detalle, la historia de su padre y su vida en el campo. Hablábamos en clase de cómo era la sociedad de su infancia. Ella, niña rural de la posguerra, adolescente de trabajo duro y harina de maíz, apostaba por el progreso que desterraba lo más negro de aquella vida anterior. Su narración se me quedó grabada, quizás a la espera de que la escribiera algún día y yo no sabía que pasaría tanto tiempo en mi retentiva y que saldría de ella tan nítida como Rosa la pintó aquel día en el local que compartíamos con la ludoteca juvenil. Y enganchadas con esta historia salen todas las cosas de Rosa y necesito reflejarlas.

Para hacerlo, para escribir sobre ella, abro un nuevo archivo de afecto en mi almacén de recuerdos. Claro está que tratándose de Rosa no puedo hablar de un rinconcito, en absoluto. Su gran humanidad física y afectiva me obligó a dejarle toda una nave en mi memoria.

La caja de cartón donde guardo mis fotografías es como el inventario clasificador de ese almacén afectivo del que hablaba antes. En particular hay una en blanco y negro que debe tener más de quince años y desde entonces guardo con especial cariño. A la izquierda del objetivo está Rosa con el lebrillo y la maja - la mano del mortero- ajados por el uso, bajo el brazo. Sobre la falda oscura, orillada por la bajera que descarada se asoma tras su rodilla, un mandil donde se adivinan flores. Sus pies enormes aparecen apenas calzados con unas sandalias descubiertas pues no había otro zapato que aguantara el desplazamiento continuo de tanta humanidad. Su flequillo, mechado de canas a derecha e izquierda, enmarca una franca sonrisa de ojos achinados por la eterna miopía de quien siempre ha mirado más allá de la punta de su propia nariz. Tras ella, siempre en un discreto segundo plano, su marido, su inseparable “Pistolo”. Rodeándola todos nosotros: Pepe, “ el pepón” , con una sonrisa resplandeciente , todavía con pelo y el flequillo rebelde a un lado, abrazando a un niño de esos tantos que se criaron en los alrededores de nuestras aulas y que, llegado el caso, dormían la siesta al final de la clase mientras la recién madre se peleaba con las tablas de multiplicar o dibujaba la rueda de los alimentos; Jani, “la jani”, muy jovencita , gesticulando de esa manera tan particular y tan suya, con camisa de puntillas, zapatos de charol negro y calcetines blancos; Juan, que empezaba a perder los dientes , con la misma barba malcuidada de hoy , esas horribles gafas cuadradas que le duraron tanto como el chandal y un bigote tan ralo y escaso que apenas llega a engancharse con la barba ; Tere que....¿ pero donde está “la teresona” ? Una selección primorosa de nuestras primeras alumnas completan la foto: Pepa y su hermana, las dos Manuelas - la “mía” y la “de Pepe”- , Milagros, Tere “la alumna” , Reme - la campanilla de la “Cinisícula”- , Mercedes y los familiares , maridos, hijos , novios, etc... de una y de otra que durante mucho tiempo, antes de que nos masificáramos, eran también parte de la gran familia de la “escuela de adultos”.

Habíamos participado en un Certamen de Ajo Caliente que la Asociación Ecologista organizaba en el Parque Calderón, cuando el río Guadalete todavía olía a perros o peces muertos y creo que habíamos ganado, había ganado nuestra Rosa como atestigua el diploma que entre todos custodiamos, en el centro de la imagen. El ajo caliente, para quienes no sepan de que hablamos es una maravilla astronómica de los cientos de combinaciones que los andaluces nos inventamos, haciendo alquimia en la cocina, con el tomate, el pimiento ,el pan , el ajo, el agua y el aceite . Y a este nivel de encantamientos, haciendo el ajo, Rosa era tan maravillosa como Merlín. Y luego con patatas pequeñitas, de las “nuevas”, sal, agua y perejil, llenaba su lebrillo con otro plato hechicero, “las papitas aliñás” y nuestros estómagos agradecidos aplaudían como en el mejor de los festivales de magia.

Rosa no pasaba, no podía pasar inadvertida .Llenaba todos los lugares donde se asentaba ya fueran las clases, la catequesis o su propio hogar. Su familia era tan numerosa como sus kilos y, poco a poco, los fue trayendo a todos, mayores y jóvenes, al Centro, dándole a los grupos de la barriada de la Nieves un ambiente acogedor, agradable y familiar que, hoy todavía, les distingue del resto de la escuela.

Rosa era una enamorada de la vida. En su rostro redondo de luna llena, transparente como el agua, no había nada de inescrutable. Se podía leer en su cara con menos dificultad de la que tendríamos para descifrar las historias que escribía con una letra de médico, retorcida y criptográfica , para contarlas luego en la clase con un grupo que jaleaba sus ocurrencias. Historias como la de arriba de campos, burros y hombres o historias de la niña que trabajaba y jugaba hasta hacerse mujer. Por cada gramo de grasa - y eran un montón- tenía mil de humanidad.

En otra parte conté que la radio, en los primeros momentos de la Educación de Adultos fue una eficaz aliada en nuestras continuas campañas de captación. Solíamos llevar al estudio a un grupo de alumnas y entre ellas, profesores y locutores manteníamos un animado coloquio que, por lo general, resultaba ilustrativo y motivador. Las ondas de la radio invadían cocinas y dormitorios llevando vientos de esperanza a personas que no podían recibir mensajes publicitarios basados en la escritura.

Rosa fue la estrella de esas tertulias radiofónicas llegando a “enamorar” con su voz y sus historias a algún locutor que, todavía hoy, recuerda sus intervenciones. Mientras los demás, de purito nervio, balbuceábamos nuestras escuetas respuestas ante el micrófono, Rosa se transformaba en una cálida narradora que cautivaba el corazón de cuantos la escuchaban. Esa era la diferencia. Mientras mis mensajes y los de otras alumnas iban a la cabeza de quien pudiera oírnos explicándole posibles ventajas de venir al Centro ( “podrás entender el recibo de la luz”, “no tendrás que firmar más con el dedo”, “podrás leer las cartas de tus hijos”, etc...) , Rosa ensartaba con el hilo de sus palabras el alma de la persona que la oía y la hacía vibrar con sus experiencias vitales dentro y fuera del centro. Tenía una expresión serena y un sentido del humor tan poderoso que se metía a cualquiera en el bolsillo sólo con abrir la boca.


Ella encontró al dios de su catequesis en una parroquia obrera, pequeñita que se abría en una de las calles sin urbanizar de aquel barrio, Las Nieves, surgido del trabajo de muchos domingos . Un dios , comentaba ella , muy diferente del que le habían descrito desde pequeña; un dios que , como ella , prefería perdonar a castigar , que hablaba directamente con los pobres de esperanza y no de purgatorios ni infiernos; un dios , en definitiva, al que se le podía hablar de tú y ante el que no había que ponerse de rodillas , actitud que para ella era bastante molesta física y moralmente.

Casi a la vez encontró el Centro de Adultos, cuando ya era bastante mayor y comentaba con frecuencia que habían sido las dos puertas que le habían devuelto la vida y el mundo. Era tanta la admiración que sentía por su iglesia, su cura, su escuela y sus maestros que yo me sentía obligado a relativizar todas mis palabras delante de ella para que no confundiera el amor a la cultura con la fe ciega en un cura o en unos profesores.

De vez en cuando me asaltaba con las preguntas más dispares sobre ciencia, religión, filosofía, historia o arte y masticaba las respuestas que yo improvisaba con la gula de quien ha pasado auténtica hambre y se encuentra ante un banquete infinito. Nada pasaba desapercibido por su lado. El telediario, el periódico, los cotilleos o los textos que le aportábamos para trabajar eran desmenuzados por sus ojos y digeridos a través de una conversación fluida y, si fuera por ella, inacabable.

Hace unos años cuando me llegó la noticia de su muerte, me resultó difícil de creer. Me costó trabajo aceptar que alguien con esa fuerza contagiosa, con tanta vida dentro pudiera morir, hubiera muerto. Me resistí a verla en su féretro por no recordarla así, apagada y silenciosa. En la sala de velatorios de la clínica volví a encontrar a toda su inmensa prole a la que tanto cariño sigo teniendo, tan diversa , tan homogénea, tan bullanguera como cuando Rosa , apenas unos meses atrás, los arrastraba tras de si a cualquier sitio donde ella fuera.

No sé si hay un cielo como ella creía. De lo que sí estoy seguro es de que, en todo caso, no es como me contaron. A pesar de mi descreimiento la idea de la muerte me sigue resultando angustiosa. Desde que murió Rosa, sin embargo, me gusta pensar que si realmente hay un sitio donde nos juntamos al abandonar la necesaria pero defectuosa envoltura carnal, cuando llegue a sus soportales encontraré a Rosa con sus manazas, su delantal de flores y su espléndida sonrisa esperándome en la puerta. Solamente con imaginar en la gloria una portera tan cálida el tránsito misterioso pero inexcusable se me hace menos cuesta arriba, menos penoso.

4 comentarios:

alejandro dijo...

hola me yamo alejandro y necesito que me mandeis el libro "Cardito" de puchero podeis contactar con migo en este correo electronico morenillo_xulo_pto@hotmail.com muchas gracias

alejandro dijo...

hola otra vez me yamo alejandro soy nieto de rosa "la pistola" y me gustaria k mandarais dos libros de "cardito" de puchero. Me parece muy bonito lo que habeis escrito de mi abuela y muchas gracias por todo.

Anabel dijo...

hola soy la nieta mayor de Rosa, solo queria agradecerte tus recuerdos ya que con ellos has echo mas vivos los mios.

Juan Rincón. dijo...

Para Anabel y Alejandro:

Gracias por leer mi relato. Vuestra abuela era una mujer de verdad, grande en todos los sentidos.
Alejandro te he escrito a ese correo pero me devueleven el mail. Si quires conseguir el libro esta en las librerias de El Puerto - Elma. Arión, Forum, Ferla, Portuense - y si quieres que te lo frime pues vienes al Centro de Adultos y te lo vendo y te lo firmo allí.
Un abrazo a vuestra familia.