24 de noviembre de 2014

Carta a mi amiga Pepa.




De: Lourdes <toni.reyes@gmail.com>
Para: Pepa <pepapinto@hotmail.com>
Asunto: Carta a mi amiga Pepa que hace  20 años que no la veo, por lo menos.

Archivos Adjuntos:  ´Foto de Familia23.JPG (3,2 MB)
                                ´CEPER La Arboleda Perdida.PPT (4,2MB)



H
ola Pepa:

Sé que te extrañará recibir esta carta mía  o como se dice de verdad, este e-mail,   después de tanto tiempo sin hablar  ni siquiera por teléfono. ¿Tú te acuerdas por qué dejamos de estar en contacto? Yo no. Espero que te vaya bien por Nevada, que ya sé dónde está y cómo es  porque lo he mirado en el Google Earth. Tu cuñada Viqui, que está en la clase de Informática conmigo, me ha dado tu dirección porque yo no sabía que tú estabas enganchada también en  esto de los ordenadores.
Además  la señorita nos ha dicho que ahora que ya sabemos usar el correo electrónico – eso dice ella, yo digo que no tanto – debemos usarlo de verdad para escribir una carta a una amiga explicándole lo que hemos aprendido en el Centro de Adultos. Y yo te he elegido a ti y si no quieres pues no me contestes, ¡ea!
 Me imagino la cara que se te habrá puesto al enterarte de que he vuelto al colegio a mis 40 años con lo que yo he sido. ¿Te acuerdas? Nos fumábamos todas las clases cuando éramos chicas. Por cierto,  el Centro de Adultos está al lado de nuestro antiguo colegio, “La Pantera Rosa”, y desde  aquí veo la clase donde tú y yo estábamos, las pocas veces que íbamos. Porque mira que nos escapábamos veces y nos íbamos con los niños al pinar o a la playa a fumar cigarritos o  de lo que no era tabaco.
Tú nunca querías pero yo te arrastraba. Tu padre nos había dicho que dónde íbamos sin acabar el graduado y tú te lo creías y que querías sacártelo... Por cierto ¿te lo sacaste? Dice tu cuñada que sí.
 Yo, no, hija, yo no. Me he dedicado como adivinó tu padre a fregar suelos y limpiar culos. ¿Tú te casarías con el piloto, no?  Yo también me casé,  con el Ivan, - ¿te acuerdas de él?-   que me hizo las barrigas de los dos varones y se quitó de en medio cuando no habían entrado ni en la guardería. La niña vino mucho después pero eso te lo contaré otro día no sea que la maestra me haga leer la carta en público, que lo hace algunas veces.
Vivo en la  casa de mi madre, la de la barriada, la que tú conoces,  aunque ella falta desde hace casi cinco años años. Parece que la pobre esperó que la niña entrara en el colegio para irse al otro barrio. Con lo que yo rajaba de ella,  ahora la echo mucho de menos y no sólo por la faena que me quitaba, que era mucha, ni por la ayuda que teníamos con su paga de viuda. La echo de menos de verdad, con el corazón.
Lo que más siento de no haber seguido los estudios no es solamente no poder encontrar otro trabajo que no sea quitarle mierda a los demás; yo he limpiado de todo: cocinas, escaleras, portales, oficinas, pisos de esos que hay que estrenar. Una temporada entré en la bolsa de limpiadoras del ayuntamiento pero cuando salió la plaza fija  se la dieron  a la Toñi Quirós – la más gorda de la clase, ¿te acuerdas? -  que tenía el graduado y yo me quedé en la calle otra vez.
Eso no era lo que más me dolía, no. Lo peor fue que cuando el Kevin y el Jonatan estuvieron en cuarto curso yo ya no podía ni ayudarles con el inglés ni con las matemáticas ni en nada. Muchas veces me creo que tengo la culpa de que el Kevin no se haya sacado la ESO y ande todo el día por la calle sin saber qué hacer para buscarse la vida.
El Jonatan ha salido diferente y parece que estudia aunque sea sin mi ayuda. Yo para darle un premio le compré un ordenador de segunda    mano y le puse el Internet.
Así empezó la cosa. Yo los veía a los dos – el Kevin también se ponía algunas veces  con él -  liados con el ordenador  y hablando muy raro con los amigos con unas palabras que yo no entendía. ¡Parecían astronautas con lo del jarguar,  los megabais o los cederrum!  Fíjate yo, que me liaba entonces hasta para llamar por el móvil.
Sólo me acercaba al ordenador para limpiarlo; una vez  me llevé un susto  gordo, gordo,  porque al pasar el paño por el teclado se encendió la pantalla y salió un póster de una mujer medio en pelotas. Me puse hasta colorada de pronto así que le di un jalón al cable con los nervios y lo apagué. Cuando llegó mi Jonatan se puso como una fiera y me dijo que seguro que  había averiado el ordenador y no sé cuántas cosas más. Yo estaba tan asustada y tan cortada que creo que ni le reñí al niño cochambroso.


Cuando se lo conté a la Lourdes, la rubia que era tu vecina,  me contó que ella había aprendido en el colegio de adultos y ya sabía un poco de ordenadores y que se metía a chatear y me dio  una jartá de envidia. Y además me pasó otra cosa: un día fui al médico para la chica  y tuve que estar más de una hora esperando: todas las mujeres que había delante de mí me decían que habían sacado el número por Internet y yo, como una tonta, me había llevado media mañana llamando al teléfono del centro de salud y no me cogían y al final  pues me quedé para la última.

Yo estaba deseando dejarme de tantas casas y oficinas y pillar un trabajito de esto en una contrata  aunque fuera de limpiadora o de cajera  en un súper o de telefonista  con mis ocho horas y mi seguro y todo lo demás,  así que iba a todas las entrevistas que me enteraba  pero en todas me preguntaban si sabía informática – “ ¿Qué pasa, que la fregona y la escoba  ya van solas,  con botones?” le solté a uno – o si sabía inglés o si tenía el graduado y yo tenía que decir que no, que no y que no. Claro,  nunca me llamaban para nada.

Pero lo que me  decidió del todo pasó a principios del curso pasado, cuando a mi Lucía le dieron un ordenador pequeñito para ella en el colegio y nos llamaron a todas las madres para explicarnos cómo funcionaba y para advertirnos cómo había que cuidarlo y que todas las tareas se harían a partir de ese momento por el aparato.  Había madres que preguntaban mucho de esas cosas pero yo no sabía ni de qué estaban hablando así que sólo tenía dos remedios: o quitar a la niña del colegio o apuntarme yo.

Y eso hice.  Al lado  la otra puerta del patio de nuestro colegio – Lucía va al mismo colegio que íbamos  nosotras-  está el Centro de Adultos y para allá  que me fui al salir de la reunión. Alguien me había dicho que allí daban clases de ordenadores pero yo pensé que eran sólo para las mujeres mayores. Mi madre, que en gloria esté, había estado apuntada allí para aprender a leer y a escribir y le gustaba mucho, pero con tanta faena como yo le daba la pobrecita se tuvo que quitar a medias, sin haber aprendido del todo.

Me apunté esa misma tarde. Me dijo una profesora que el plazo para la matrícula había pasado pero que echara la solicitud para la lista de espera que cuantos más horarios pusiera más posibilidades tendría de que me llamaran cuando alguien se diera de baja. Yo estaba en el paro y puse todos los horarios, y, ¡bendita la hora!,  me llamaron dos semanas después.

¡Que sorpresa me llevé! Yo me imaginaba que me iban a meter en un grupo de mujeres como mi madre o todo lo contrario con gente joven que ya sabía todo eso y que dirían al verme entrar “¿Dónde  va  la torpe esta?” y creía que me iba a aburrir al segundo o tercer día de no entender nada pero que va. Me pusieron en un grupo de los de primero donde sí, había algunas mujeres un poco mayores que yo –una era una de las maestras que tuvimos en el cole tú y yo, que ya estaba jubilada – pero había también muchas mujeres cómo tú y yo, alguna madre del colegio y hasta un matrimonio, quilla. Total doce o trece. Y todos empezamos igual porque cuando se hace la matrícula te preguntan qué es lo  que sabes de ordenadores  y yo, allí en medio de la clase, le conté  que nada más que sabía quitarle el polvo al ordenador y lo que me pasó con el ordenador del Kevin y nos hartamos todos de reír porque, poco más o menos, todo el mundo  estaba como yo.

También estaba allí la Chari, la pelirroja, ¿te acuerdas de ella? Tu vecina de arriba, sí hija. Cuando la maestra le preguntó para qué venía a las clases, ella le dijo que lo que ella quería era “dejar de ser tan bruta en la vida”  
-  Pon un ejemplo -  dijo la maestra un poco sorprendida.
-              Mire usted maestra: cuando yo me acababa de casar   - porque los primeros días le llamábamos de usted a la maestra aunque ella decía que de tú –  y estaba con la primera barriga, a mi casa vino un municipal   para decirme que me había tocado una mesa electoral y que me presentara el domingo a las ocho en el colegio y...
-              ¿Y te dio vergüenza presentarte?
-              Qué vergüenza, ni vergüenza, que, toa contenta,  le dije al guardia  que me traía el papel que si podía ir a recogerla mi marido con la furgoneta...

Y también tengo de compañera a la Manoli, la gorda, si hija, la socia de la Frasquita, la niña del Quirós,  el guardia. Ellas montaron un  puesto de bragas y sujetadores en el  mercadillo.  ¿No te acuerdas? La gente dice que están liadas pero yo no sé ni me importa. Lo cierto es que la Manoli se apuntó en Informática para controlar a la otra que se está sacando el carné de conducir y al principio decía que a ella no le interesaba esto pero hija, ahora le ha cogido una afición que vaya. Hasta ha montado su página web o su blog para anunciar su puesto en el mercadillo. Se llama “ ¡A leuro, a leuro!  El puesto de Manoli y Frasquita” Búscalo en Internet.

¿Y la maestra? Yo me esperaba a un hombre mayor que yo, más serio que un guardia civil, estirado y calvo como Don Manuel Bastida, el que nos daba Matemáticas,  y me encuentro a una muchacha de mi edad con las mismas carnes que tú, que me la he tropezado yo algunas veces en el Mercadona y que siempre se está riendo. Se llama  Tere y no veas tú el arte que tiene.
Recuerdo que cuando empezamos el curso primero – ahora ya estamos  a la mitad del segundo año –  nos faltaba  mesa para mover el ratón y hacíamos concursos de suspiros para ver  quién sabía menos. Yo alucinaba viendo a la maestra jubilada, a Ana María,  que era de la quinta de Don Manuel: no parecía una maestra, hacía las mismas preguntas que las demás y gastaba las mismas bromas. ¡Y eso que ella había dado clases a los niños en la misma aula donde estábamos ahora! ¡Qué fuerte!
Además desde el principio nos llevamos muy bien en el grupo con las risas y las  bromas. Bueno, todos menos una mujer, Virtudes, que siempre se sentaba al final y que no hablaba casi nunca con nadie nada más que con la maestra. Yo creo que o no ve bien o no sabe leer bien porque es la que más le cuesta aprender pero, eso sí, no falta ni un día.

Los demás nos ayudamos mucho   y trabajamos un montón aunque nos riamos mucho con los nervios. 
En el segundo trimestre del año pasado estaba Tere explicando cómo se ponía la rayita esa del acento –la tilde, decía ella que cuando se pone fina también sabe decir las palabras adecuadas – pero por más que lo explicaba había una compañera que no daba pie con bola. Las demás estábamos  medio paradas esperando y  cada vez más nerviosa por el apuro que estaba pasando la mujer, me metí en  su piel y cuando intentaba escribir mi domicilio se me fue el santo al cielo y le pregunté  a Tere con un bocinazo que sonó en el  extraño silencio – casi nunca estamos calladas -  de la clase:

-     ¡¡Tere, que se me ha olvidado cómo se le pone la rayita de arriba a la eñe!!

Yo no sé como se me ocurrió eso pero te juro que era verdad  que no sabía y que me salió del corazón. Todo el mundo se echó a reír y entonces me di cuenta de la burrada que había dicho pero Tere, desde lejos, me guiñó un ojo como dándome las gracias por aliviar la clase.

O el día que tu vecina, la  Chari,  no daba pie con bola y la maestra le preguntó qué le pasaba:

-             Na, Tere, na que creo que  hoy no me he tomao la pastilla – y todas otra vez revolcadas por el suelo.

Desde entonces cada vez que una mete la pata, es Tere la que le pregunta si se ha tomado el tranquilizante.

Como esas cosas, quinientas cada día.

El primer día estábamos practicando para aprender a encender y apagar el ordenador y, como tú ya sabrás, cuando lo vas a apagar y ya lo has hecho todo sale un cartelito en el centro que dice algo como “Otros usuarios  han iniciado sesión. Confirme que desea apagar el equipo” y más abajo tres cartelitos- pestañas, niña, pestañas – que ponen “Aceptar” “Rechazar” o “Cancelar”. Tere estaba en la otra punta de la clase y ni tu cuñada  Viqui- que es mi compi, por  si no te lo he dicho -  ni yo sabíamos  qué hacer. Como lo de Tere iba para largo, la Viqui dio un chillido de los suyos.

-       Tere, ¿qué hago con esto?  Sale un cartel muy raro que dice: “Aceptar”,  “Rechazar” o “Cancelar”.
-       Dile “Aceptar” – le recomendó Tere sin volver la cabeza.

Y veo que tu cuñada se pone muy seria y empieza a decirle hablándole, ¡te lo juro!,  al ordenador muy bajito al principio ¡“Aceptar” “Aceptar”! y luego más alto ¡“Aceptar” “Aceptar”!
Yo seré burra pero anda que tu cuñada. Empecé a reírme y le dije por bajinis:

-       Niña, así no, bruta, con el ratón.

Y tu cuñada, yo no sé si lo hizo de payasa o qué, cogió el ratón como si fuera un micrófono y siguió: ¡“Aceptar”!, ¡“Aceptar”! Todavía me duele la barriga de reírme.

Otras veces era  al revés. La mujer del matrimonio ese que te dije se fue llorando uno de los días porque no le salían las cosas y tuvimos que llamarla porque creímos que se iba a quitar del colegio pero no, no se quitó.

Yo, al principio creí  que nunca aprendería pero poquito a poco me di cuenta que esto de los ordenadores es como todo. Seguro que tú te acuerdas del lenguaje secreto que teníamos en el colegio para que no nos entendieran los niños o las demás lagartas o los profesores. Teníamos palabras claves que sólo significaban lo que  fuera si las decíamos tú o yo guiñando el ojo. Pues esto es igual. Los ordenadores van a su bola y sólo te hacen caso si les das las órdenes en su propio idioma. Y aunque Tere lo explica todo con nuestras palabras después hay que aprenderse las que usa la máquina.
Un lápiz no es un lapicero, un archivo no es un mueble de oficina, un programa no es una serie o un concurso de la tele... todo es aprenderse los nombres de cada cosa y sobre todo la lógica del ordenador.
Y hubo un momento en que me dije que si yo había aprendido a sacar tres hijos tan diferentes para adelante, a saber lo que querían cuando lloraba cada uno o cuando me miraban serios o cuando se quedaban callados o bajaban la vista o... ¿cómo no iba yo a aprender lo que quería decir este aparato?
Un ordenador – nos repetía una y otra vez la Tere – es también como un armario grande y debemos saber dónde hemos guardado las cosas y no mezclar la ropa de verano con la de invierno o los calzoncillos de los niños con los jerseys de la niña porque después no podremos encontrar nada.  Yo nunca he sido muy ordenada pero el ejemplo me sirvió para comprender y, poquito a poco, aprendí a manejar las carpetas y los archivos, a escribir cartas y a corregirles algunas faltas de ortografía, a hacer tablas de dietas, de menús, de turnos de trabajo, de muchas cosas.

Cuando aluciné del todo fue cuando Tere nos dijo:

-¡Mañana vamos a navegar por Internet! – y empezaron las bromas.
- Pues yo me tomaré una pastilla que me mareo en el Vapor – dijo tu cuñada
- ¿Nos podemos traer la caña de pescar?
-Pues yo  tengo que estar de vuelta en el muelle a la hora de comer – me inventé yo para no ser menos.

Cuando, al otro día,  yo vi que la Tere  ponía una palabra o una frase o un nombre en el buscador y  salían páginas y más páginas con fotos y con canciones y  todo, me quedé pasmada: allí estaban todos los mapas, la música, los cines, todo.

-     ¡Busca la receta de las papas con lulas! – le dijo tu cuñada a Tere.

Salieron 2.878 páginas con fotos que parecían que olían a las lulas que hacía mi madre.

-       Busca ofertas de trabajo – le dije yo barriendo para mi casa.

Salieron 15.000 páginas: que si telefonista en Canarias, que si auxiliar de Geriatría en Bilbao...

Y por más que buscábamos cosas difíciles, nada, que Internet lo sabía todo:

-       ¡Mira ver si encuentras la biografía de “Remujardo” el que acarreaba agua en la plaza! –propuso un poco enfadada la Virtudes, la  que casi nunca hablaba.

Y allí lo tenías, con un dibujo que parecía que te iba a echar un piropo o una maldición de las suyas.

O cuando pasó lo del 15-M y cada día nos metíamos a a ver los videos de las asambleas en la Puerta del Sol alucinadas de que tanta gente mayor, joven… se hubiera puesto de acuerdo en que estaban hartas de mangantes. ¡Que gracia me hacía que aplaudieran como si estuvieran bailando sevillanas! Y los debates que teníamos después que algunos días se nos pasaba la mitad de la clase sin hacer nada más. Claro que otros días también nos poníamos a buscar fotos de los concursantes de OT y también se nos iba el santo al cielo escuchando canciones y votando.

Tere nos enseñó a hacer visitas virtuales – por el ordenador – y nos preguntó qué monumento queríamos visitar.
-     Yo quiero ir a Barcelona  a ver la iglesia esta tan famosa- dijo rápidamente Rosario.
-     ¿Cuál? – le respondió Tere ajena a todo
-     Esa tan famosa que hizo  ese hombre,  catalán él,
-     ¿Qué hombre? ¿Cómo se llama el hombre o esa  Iglesia?
-     Si, hija, que todavía está en obras…
-     Lo tengo en la punta de la lengua… algo de la familia…- le apuntó tu cuñada
-     ¡La Familia… La Familia Numerosa!- vomitó Rosario para que no se le anticiparan con bastante más velocidad que acierto.
-     Si, hija, si o la Familia Adams-  se rio la Viqui.
-     Anda ya, vaya pareja – intervino la maestra- , la Sagrada Familia, de Antonio Gaudí.
-     Eso, lo que yo he dicho.
Y vuelta a las risas y a las carcajadas.

Un día, lo hablé con Tere y  me puse a buscar que era eso de la Plataforma Antidesahucios. Sé que el Jonatan, además de lo de las “fotos guarras”,  va a reuniones y se mete mucho en eso con el Facebook desde que intentaron echar de la casa a Dolores, la del tercero y todos los vecinos nos sentamos en la escalera con los chavales que vinieron avisados por el Internet. A mí me dan miedo esas cosas pero cuando lo hablamos en la clase y todas decidimos enviarle correos al Banco de Santander protestando me quedé más tranquila, se me pasó un poco “el cague”.

Y después, cuando nadie me veía metí el nombre  de aquel novio futbolista que me salió con 13 años, antes de conocer al Ivan, el que se fue a la escuela del Madrid. Encontré una foto suya jugando en el Rayo Vallecano. ¡Qué guapo que  estaba el joío!

Te juro por mis niños que esa fue una de las mañanas más grandes que yo he vivido. Era como si el mundo se hubiera hecho a la vez más grande porque había más cosas que ver y más pequeño porque las cosas esas estaban más a la mano, como si me hubieran dado una máquina para ir de un lado a otro sin moverme de mi casa.
Como tonta estaba yo.  En mi casa en cuanto el Jonatan salía de casa, me sentaba al ordenador, dejando el fregado o la plancha para cuando los niños volvían, y me ponía a pasear con el Internet. Un día me iba al Museo del Prado, aunque no  me gustara la pintura, otro día me daba una vuelta por el Coto de Doñana que nunca he ido con lo cerca que está y lo bonito que es,  o ayer mismo, que  me fui a ver cómo era el sitio ese donde tú vivías con tu americano – qué feo, por cierto, qué cosa más sosa de pueblo el tuyo -  o me ponía a buscar trabajo enviando el currículo que nos hicimos con el procesador de texto a principios del curso.

Con el ordenador de la niña todavía no me  atrevo mucho porque viene con un sistema operativo que es gratis, el Guadalinus o Guadalinex,  que es un poquito diferente y me da un poquito de respeto  pero le he podido enseñar cómo se usa el procesador de texto, cómo se abre una carpeta o cómo se busca  con el Google.  Además Tere nos ha prometido enseñarnos cuando aprenda ella. Los ojos que pone mi niña cuando le explico esas cosas y se da cuenta de que su madre no es una ignorante, eso no tiene precio, compensa todos los sacrificios que he hecho para ir a clase estos dos años.

Me quedan muchas cosas que quiero aprender – el Guadalines ese,  hacerme un blog, a retocar fotos, a instalar programas, etc... – pero la semana pasada fui al SAE y le enseñé mi certificado del año pasado al tío malage de las fichas y le dije que pusiera en la mía “Conocimientos de Informática  a nivel de Usuario” como me había dicho Tere. ¡Me puse más contenta! Ya yo me imagino  en las entrevistas diciéndole  que  sé manejar un ordenador porque también me doy cuenta de que lo que no sepa lo puedo aprender a poco que me ponga a ello. Yo creo que de la crisis esta sólo vamos a salir bien las más espabiladas, que llorando o viendo el fútbol no se arregla nada.

Eso lo he aprendido  con las compañeras y con Tere. No te lo vas a creer pero algunas veces, la maestra  reconocía delante de la clase que no sabía algo de lo que le preguntábamos,  a lo mejor cómo crear un color nuevo para ponerlo en un relleno, y nosotros nos poníamos a bichear por las tripas del ordenador y si dábamos con el truco, Tere se ponía más  contenta que nosotras, nos pedía que se lo explicáramos a ella y a los demás y hasta nos aplaudían.
Niña, no me reconozco. Con lo lacia que siempre era  yo para los estudios ahora, con cuarenta años, tengo ganas de seguir aprendiendo.
Se me ha ocurrido - ¡fíjate!- que el año que viene cuando mi  Lucía empiece la ESO, me voy a matricular yo también para estudiar lo mismo que ella pero yo aquí, en mi Centro de Adultos. ¿A que estaría bien? Las dos por la tarde, estudiando lo mismo y haciendo ejercicios y pasándonos los apuntes.

Aquí hay un montón de personas  como nosotras  que estudia Inglés o cómo montar un negocio  y mucha gente joven y más mayor, sacándose el  graduado de la ESO y casi todo el trabajo hay que hacerlo en casa y enviarlo por el ordenador. ¡Eso lo tengo yo chupado!

No sé qué me está pasando pero ahora con mis 40 años, mi paro, mis escaleras, mis kilos y lo demás, parece que voy por la calle con cabeza más derecha, que me veo hasta  más alta y más guapa porque me quiero mucho más  y  es que esto del colegio me está cambiando la vida.

¡Hija,  qué rollo te he soltado! A lo mejor me mandas a la mierda y no me contestas pero me da igual: esto que tengo por dentro tenía que sacarlo por algún lado. A lo peor con esto de la crisis no encuentro ningún trabajo diferente, ni me saco la ESO ni nada pero lo bien que me siento y lo que está cambiando mi vida, eso no me lo va a quitar ni la crisis ni el paro ni nadie.

Tu amiga Toñi.

PD: Te envío dos archivos adjuntos,  uno con una foto mía y de mis niños y el otro,  con una presentación de diapositivas que ha hecho una compañera de otro curso para que conozcas mi colegio. Yo quiero hacer una  parecida de mi experiencia aquí en el colegio pero todavía no sé. Todavía.

3 comentarios:

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