24 de noviembre de 2014

Amor y Serotonina










Desde que empezamos en esto de la Educación Permanente, puedo listar y recordar  un sinfín de parejas,  de novios o de hecho, de  matrimonios,  que acudían amorosos a las clases de cualquier plan o nivel.  Con diferencia,  era en el nivel de alfabetización donde menudeaban más estas colleras aplicadas. Durante muchos cursos, la asistencia del conyugue de algunas alumnas  fue casi nuestra única fuente de alumnado masculino.  El paso de tiempo y el cambio en las conciencias fue trayendo a nuestro centro a otros hombres,  más motivados ellos  por el aprendizaje solidario y transformador  que por la cultura  de reñidero que se cultiva en  los bares,  hecha de fútbol, machismo, pasiva indignación y  toros. 

Entre aquellas parejas primitivas recuerdo a Rosa y El Pistolo, ambas suficientemente descritas en relatos anteriores;  Carmen y José – eterna iletrada,  generosa de sonrisas, ella; sordo profundo, rey de las sumas y las restas, él – Juan y Milagros,  Pepe y Milagros…
También en los niveles más altos – Pregraduado,  Graduado Escolar… - aterrizaba de vez en cuando alguna parejita joven y con frecuencia asistíamos a  sus primeros embarazos con el alborozo de recibir los primeros hijos  de nuestro Centro. En muchas ocasiones sospeché  que la elaboración de los trabajos que se encomendaban en la clase había pasado a ser, cómo no, parte de los deberes  que la parte femenina de la pareja, como norma general,  debía asumir   por los dos.
Y con frecuencia veíamos formarse allí mismo ante nuestras narices pedagógicas, unas solidarias parejas que, en una primera época se cruzaban fogosas miradas y risas a destiempo y que,  más tarde,  cuajaban como nuestros primeros enlaces: Domingo y Mercedes, Paco y Mercedes, etc…

También, cuando la Informática dejó de ser un “taller”  para incorporarse al listado de planes “serios” del Centro, cuando superamos lo que he llamado en una historia posterior “la  prehistoria digital del centro”, aparecieron  las primeras parejas deseosas  de alfabetizarse  juntos en la tecnología moderna. Casi siempre había una que arrastraba al otro deseosa de brindarle una oportunidad  de hacer algo nuevo juntos o de ofrecerle  un reto con el que aliviar soledades, paliar depresiones o, cuando menos, retrasar  senilidades. A veces,  uno de ellos sufría una discapacidad más o menos grave – visual, auditiva, motora…- y la presencia del otro o de la otra le suponía un báculo imprescindible. 

Y también, en la mayoría de los casos, la principal motivación  solía estar en la búsqueda de canales más continuos y más económicos de contactos  con la parte de la familia  a la que la primera crisis, la de los años 80, había alejado del hogar y repartido por el mundo. Las llamadas telefónicas nunca eran suficientes  en número ni en calor  y las cartas manuscritas – aún existían, qué tiempos aquellos -  sólo llegaban en Navidad.

Así, pupitre con pupitre, ratón contra ratón,  persiguiendo ese puente de comunicación,  pasaron por las aulas Paco y Milagros, Isabel y Alfonso, Pilar y Luis, Juana y Antonio, Rosa y Manuel,  etc…

Beli y JJ respondían a este perfil en casi todo y  tuve la suerte de que me tocaran justamente a mí, en mis grupos, durante dos cursos consecutivos. Su ejemplo se me ha quedado muy grabado.  El azar los colocó entre un grupo de mujeres mucho más jóvenes y bullangueras que, por conocerme de otros momentos académicos o por ser vecinos de barrio o militantes de la misma generación,  me trataban con una confianza y un desenfado que a la pareja  veterana  le producía cierta confusión. 
Los recuerdo en tercera o cuarta fila haciendo inútiles esfuerzos por percibir lo que se proyectaba delante. Eran los primeros cursos en los que el proyector empezaba a sustituir a la pizarra y la tiza  era desterrada de las explicaciones  sustituida por la pantalla y el puntero laser. 
Para  quienes aspiramos a  dinamizar procesos educativos,  el  lenguaje corporal, su expresión y lectura, es tan importante como el verbal o el escrito.  A veces, durante una explicación en la pizarra o en la pantalla, alguien alterna las miradas nerviosas al reloj de pulsera y a la pantalla. Sólo un conocimiento  más profundo de la persona y del contexto nos podrá dar su interpretación correcta  pero estos gestos  pueden significar : “ Hay que ver para que servirá esto,  con la de cosas que tengo que hacer en casa , aquí estoy yo…” , o quizás  “ Esto ya lo sé, porque me lo explica otra vez, con la de cosas que tengo que hacer en casa”  o “Por Dios que cada día estoy más torpe,  que no me entero de ná,  con la de cosas que tengo que hacer en casa”.

Beli me miraba a mi mucho más que a la pantalla y JJ fruncía los ojos y observaba  de reojo el cuaderno vacío  de apuntes de su mujer esperando  que ella anotara  alguna cosa poder copiar algo en algún momento.  Quizás Beli buscaba comprensión  con esa mirada que no se apartaba de mis ojos por más que yo señalara la pizarra,  la pantalla o la ventana y se excusaba  por una torpeza  - infundada, por otra parte como ya veremos -  que le  servía de bandera y de escudo. Esperaba, por otra parte la intervención de JJ, unas palabras que hicieran inteligible el galimatías que yo le estaba formando con mis palabras. Pero JJ,  aunque  no veía un pimiento,  no tenía aún  la confianza suficiente como para pedirme que repitiera más despacio o que aumentara el tamaño de la letra en la pantalla. 

Una vez intuido todo esto, para tranquilizar a Beli me bastó con acercarme   a ella, dar dos pasos en su dirección y hablarle directamente a los ojos, decir varias veces su nombre y sonreír.  Cuando, al tercer o cuarto día, me coloqué  junto  a su mesa  y  toqué su mano como si fuera el ratón de un  ordenador mágico,   con la levedad de quien se acerca  por vez primera  vez a acariciar a  un gatillo asustado y   cuando, como respuesta,  ella envolvió la mía con las suyas, el pacto de confianza estaba firmado y ya no noté más miedo en su mirada.  El problema de JJ,  que había estado al loro de “mis manitas” con su pareja,   fue más fácil de resolver. Bastó reservarles dos sitios delanteros y aumentar hasta el ciento cuarenta por ciento el zoom del proyector para que recuperara su confianza  y empezara a ejercer de traductor hacia Beli.

No presumo de conocer recetas para cada caso, ni mucho menos. Treinta años de docencia no me han aportado un repositorio de soluciones pero me han ayudado a desarrollar una intuición cuando menos muy valiosa y una casi insolente  voluntad de  experimentar recursos.  
No hay reglas de tres pedagógicas,  ni  ecuaciones de donde despejar las incógnitas conductuales, ni siquiera fórmulas  donde incorporar datos objetivos para obtener soluciones didácticas.  No se trata de conocer un inmenso listado donde se postule “Si la alumna hace cual,  el profesor debe hacer tal”.  Mi insolencia consiste en ir probando y evaluando de manera colectiva el nivel de éxito o fracaso. Lo único obligatorio es  reconocer la necesidad de observar, de ser observado  y observarse y fomentar  la voluntad de corregir, ser corregido y  corregirse. 

Mientras anduvimos trabajando sobre los ejercicios simples de los primeros programas de entrenamiento, sobre todo “Mueve el Ratón”,  la pareja iba defendiéndose mal que bien y seguía mal que bien,   con  la  respiración asmática del último del pelotón, el ritmo del grupo. Pero cuando pasamos  a las complicaciones del Sistema Operativo, las carpetas, los archivos, las ventanas, subir, bajar, guardar, cerrar, mover… o a las posibilidades del procesador de texto,  volvió la marejada a sus ánimos.  Para colmo, algunas faltas de asistencia salpicadas en las densas primeras semanas complicaron su excursión  a la Tierra  Media de los Bytes.

Y además, Beli tiene fibromialgia. Muy de vez en cuando,  la fatiga crónica y los dolores musculares le ganaban la partida a esa alegría que irradiaba y con la que nos contagiaba cada día.  En esos días era fácil intuir su estado mirándola al fondo de los ojos, controlando el rictus de su boca y buscando las señales que nos indicaban que  estaba allí, en clase, porque su voluntad podía  más que su enfermedad pero que,  en esas ocasiones, su concentración no llegaba para atender a la pizarra y a sus dolores al mismo tiempo.  Necesitaba ir con frecuencia al médico para sus revisiones y para actualizar los tratamientos paliativos del dolor y en esos días las faltas de asistencia eran  solidarias, comunes, pues JJ parecía  no despegarse ni un momento de ella y de su fibromialgia  y se deshacía de puro dulce, de puro cariñoso, de puro amante. Cuadro de texto  10

Pero para él,  en esos días de dolor, los iconos de la barra de herramientas del procesador  visibles en la pantalla del profesor  al aumentar la resolución hasta el infinito, desaparecían en la pantalla de su propio monitor sin que Beli, confusa y dolorida, pudiera ayudarle a rescatarlos señalando con el dedo.

La inestimable colaboración del grupo,  que los envolvía en una gigante corriente de afecto,  unida a su voluntad solidaria por relevos – ahora Beli, ahora JJ – les permitió  llegar hasta el final  en la gestión de la mensajería y del correo electrónico,  meta instrumental del primer nivel.

Cuando acabaron este primer nivel, yo estaba convencido de que  a diferencia de la mayoría del  resto del grupo, Beli y JJ iban a necesitar repetir el curso  en vez de promocionar con los demás al segundo nivel. 
  En  esta época los cursos de Informática eran trimestrales y  para dar respuesta a la gran demanda que tenían y aún tienen, habíamos reglamentado que cada persona  demandante podría hacer dos trimestres, uno cada curso escolar. La mayoría de las personas promocionaba al segundo nivel pero en algunos casos recomendábamos que se utilizara el segundo año para repetir el primer nivel y así afianzar las destrezas más básicas. De todos modos,  en todos los casos dejábamos abierta   la puerta del segundo nivel por  si durante  el periodo que iba de un curso al otro  la persona  “se ponía al día” con la práctica  personal.

Yo soy lo que se llama un maestro “jartible” de los que no deja en paz a sus alumn@s ni siquiera en vacaciones. Me creo que eso de que la educación permanente es para siempre como afirmaba Perogrullo.  Por eso me gusta  ofrecer recursos incluso para quienes ya no figuran en las listas oficiales, “retribuidas”, tareas   para que sigan practicando en casa cuando se interrumpen  o incluso cuando se acaban  las sesiones escolares.

Cuando aún no teníamos el blog,   les retaba a través del correo y los grupos de mensajería para que hicieran búsquedas por internet, para que inventaran o resolvieran enigmas o adivinanzas y de esta sibilina manera comprobaba quiénes hacían progresos y me seguían el juego.

Durante el periodo que pasó entre un curso y el siguiente – un  año en la práctica -  fui testigo de los esfuerzo de Beli y JJ. Siempre contestaban a mis correos o me saludaban por el Messenger. Así pude comprobar que se esforzaron en afirmar y dominar  todo lo que habíamos aprendido en clase. ¿Cómo lo hicieron?  Quiero pensar que en todo esto estuvo presente la voluntad de hierro de JJ, su tenacidad de obrero industrial,  intentando las cosas mil y una veces,  dando cabezazos contra la muralla de la informática hasta que se abría  la puerta de la solución. Y también seguro que sirvió la fortaleza de Beli para caer y levantarse, su capacidad para sentirse satisfecha cuando se avanza dos  pasos aunque hubiera  de  retroceder uno  para ganar impulso.
Con esas herramientas en la mano era normal que progresaran y que cuando llegó la hora de elegir a qué nivel adscribirse, me sorprendieran con ese cambio tan radical, que se hizo evidente en el trabajo diario: su participación en la clase haciendo preguntas, propuestas, etc... era mucho mayor que el curso anterior  y, de vez en cuando,  hasta se permitían  asesorar a aquellas mujeres más jóvenes que el  curso  anterior habían sido sus compañeras “aventajadas” para sorpresa de ellas y mía.

Cuando empezamos a trabajar en la construcción de los blogs personales, JJ ya se soltó el pelo destacando de manera notable  en el grupo. Su blog era el que más avanzaba y él festejaba su progreso en las entradas y comentarios. Además, no olvidaba poner  toda la ternura del mundo en guiar el trabajo de Beli.  En bastantes ocasiones, si algo se nos  quedaba atravesado  - una ruta, una secuencia, una manera de insertar, etc… - no era infrecuente que JJ comentara en la introducción de la clase siguiente, en ese rato de risas, comentarios, evaluaciones informales que hacíamos cada día mientras llegaban las rezagadas ( llevar los niños al cole, el tráfico….):

- Ya solucioné aquello de …

Y nos explicaba con orgullo legítimo, cuál era el fallo cometido y cuál el remedio o la ruta descubierta. Sus explicaciones me permitían extender el repaso  a toda la clase y poner en valor el necesario trabajo personal y autónomo.

Experimentar, errar, borrar, de nuevo experimentar, errar un poco menos, volver a  borrar, volver a experimentar, acertar, guardar y otra vez  experimentar…

Con el paso de las sesiones, los blogs de Beli y JJ crecían  con las nuevas aportaciones con que sus creadores los adornaban – textos, fotos, videos,...- y yo iba a verlos cada noche casi en secreto, sabiendo que su elaboración era solidaria y en comandita como todo en su vida. Sin embargo,  aquella intuición de la que hablaba un poco más arriba me decía que algo pasaba: la alegría  de los ojos de JJ  - la  misma que a esa altura del curso teñía  las palabras nerviosas  de muchas de sus compañeras alborozadas por la adquisición de unas destrezas nunca imaginadas - cada vez era más potente,  pero en Beli parecía crecer “el lado oscuro”,  una cierta ausencia en la mirada.

[Aquí debo incluir  un inciso reflexivo para amantes de la pedagogía parda. Que lo salten quienes quieran más literatura y menos didáctica. El relato prosigue más abajo en el párrafo que comienza: “…eso, ese pentecostés iniciático aplicado a la informática, era lo  que les estaba ocurriendo a JJ y a sus compañeras”.

En el aprendizaje de cualquier destreza que requiera  dosis equilibradas de conocimientos más o menos teóricos y habilidades prácticas– la lectura, la escritura, el cálculo,… -  hay una secuencia de fases similares.

Hay  en primer lugar una fase árida, terriblemente lenta que en la lectoescritura,  por ejemplo,  supone el reconocimiento de las grafías de las letras vocales, su caligrafía repetida y la memorización de su carga fonética. Es una fase  que sólo se puede aliviar con mucha  aproximación motivadora hacia  las personas que se someten al proceso y con el despliegue de un abanico de recursos variados  para realizar esta tarea primigenia, repetitiva, dura y  necesaria.

Más adelante  comienza una fase mucho más significativa con el uso de las palabras generadoras. Con su codificación y descodificación podemos, puede la persona y puede el grupo crear nuevas palabras y se produce la lectura emotiva, la que toca el alma: el nombre propio, el de los hijos e hijas, los lugares, los seres cercanos…

Y más tarde aún, con la mochila de lo aprendido a base de repeticiones y descubrimientos, surgen las frases, la plasmación  de las ideas personales por escrito por primera vez en la vida, la expresión del acuerdo y del desacuerdo, del amor y la propuesta,  la lectura del mundo: el periódico, las cartas, los carteles, etc…

Pero son necesarias  muchas más  jornadas, más práctica,  mucho más esfuerzo para que la destreza lectora o la capacidad escritora  nos permita captar o modelar  el humor, la tristeza o expresar la alegría  o el ansía.  Y es en ese momento mágico cuando aparece en los ojos el alborozo,  un  brillo especial en la mirada  porque se aprehende el mecanismo  intrínseco, como si hubiera desaparecido la piel del animal lectoescritor  y se pudieran  ver sus órganos. A partir  de ahí,  se sabe con el corazón que el acto de leer  y escribir es  algo más que recitar o unir vocales y consonantes. Sientes, en cierta medida,  que la palabra te pertenece. 

Y toda esta disgresión didáctica iba a que eso…]

…eso, ese pentecostés iniciático aplicado a la informática, era lo  que les estaba ocurriendo a JJ y a sus compañeras, que sentían dominadores de las destreza básicas y empezaban a balbucear el lenguaje del SO y de los programas que usaban.  Ya habían interiorizado que para realizar tareas con el ordenador no bastaba  con seguir una secuencia que se copiaba de la pizarra, que había que poner en práctica todo lo aprendido y sobre todo: Experimentar, errar, borrar, de nuevo experimentar, errar un poco menos, volver a  borrar, volver a experimentar, acertar, guardar y otra vez  experimentar…


Y entonces, se rompía el discurrir tranquilo de las clases iniciales, el ritmo homogéneo y se formaba un guirigay  colectivo donde cada persona parecía ir a su bola y todo eran llamadas de auxilio entre unas y otras: “¿Por qué me ha pasado esto?” “¿Me se ha borrado todo?” “¿Dónde está mi….?” “¡Juan, corre, ven, que mi ordenador se ha vuelto loco…!” y Juan corría desesperado apagando fuegos  en medio de esa atronadora ausencia de silencio  que me  recordaba de las clases de alfabetización  [….El diálogo imprescindible, inagotable, insustituible, insoportable, terrible, amable, imposible, memorable, sensible, saludable, apacible, intolerable,     es la sintonía , la banda sonora que hace horizontal la película de nuestro aprendizaje diario…]   allí,  en aquella pradera pedagógica estaba floreciendo de nuevo  el aprendizaje colectivo y participativo, la capacidad de las personas libres para elegir su propio itinerario formativo.


Pues bien, allí en medio de aquel nuevo asalto místico-digital colectivo que me llevaba al Parnaso de los Docentes observé de repente  que Beli lloraba silenciosamente.  Y su llanto me trajo de vuelta al reino mortal de la docencia. Había quitado las manos del teclado y ya ni siquiera miraba al monitor. Se había situado en escorzo contrario a la posición de JJ para que sus lágrimas no interrumpieran la tarea que lo tenía tan sonriente.


Habíamos estado colgando vídeos en los blogs, dando pasos desde la selección del vídeo,  el acceso al blog  y su barra de herramientas hasta el incrustado vía  código embed del elemento  seleccionado previamente  en un gadget de códigos HTML (¡Toma ya!) La tarea, así definida,  parecía sumamente compleja, nos sentíamos  casi cirujanos digitales. 

No sé en qué  momento se perdió Beli, en qué parte de la ruta se soltó de mi guía docente y  de la mano samaritana de JJ. Quizás hubo un instante  en que los dolores  pudieron más que las sonrisas y le hicieran olvidar cosas tan simples como su contraseña o tropezó con el escalón de la críptica  escritura de la arroba  y la ruta, vista desde la silla de Beli,  se volvió tan  larga como el Camino de Santiago.

Tampoco yo, bombero hiperactivo en aquella sesión,  demasiado ocupado a la sazón  en crisis informáticas simples, me pude percatar del llanto de Beli hasta que alguien me avisó con un movimiento de cabeza y un gesto preocupado:

- ¿Qué te ocurre Beli?
- Que no me entero de ná, Juan – dijo intentando abortar  una nueva  ráfaga de hipos y lágrimas.
- ¿De qué no te enteras, dónde te has perdido? – volví a preguntarle en la esperanza de que solo fuera otra crisis más de aprendizaje de las que ya se había resuelto mil en la última hora.
- De ná, Juan, de ná. Que no me entero de ná. Que yo no me aclaro con esto. Que veo a todo el mundo riéndose y en lo suyo y yo aquí, mas atascá  que el  bajante de una casa vieja.

 La metáfora me hubiera hecho reír en otro momento. Pero la intuición  me gritaba  que era el momento de parar la clase.

- Todo el mundo a los pupitres que os quiero explicar un par de cositas.

No sé si lo he dicho ya. El aula de informática que yo suelo usar tiene pupitres mirando hacia la pantalla que cuelga de la pared frontal que me permiten dar las explicaciones previas y luego los puesto de ordenador en una U contras las restantes paredes.

Mientras los demás se recolocaban, observé los lentos movimientos de Beli que se levantaba con esfuerzo y dolor. JJ se había percatado ya de la intensidad de la crisis y la envolvía de mimos, separándole la silla, tomándola del brazo, etc…

Miré el reloj. Apenas quedaban diez minutos para acabar. Lo suficiente para dar un nuevo empujón de motivación,  pensé.

- Lo que hacéis hoy no es simple. La mayoría de los jóvenes y los niños a los que admirabais al empezar las clases por “su conocimiento informático” no tiene ni idea de nada de lo que vosotros habéis aprendido y ya hacéis cuando…. 

Beli tenía los ojos bajos y JJ le acariciaba la mano. Seguí y seguí hablando hasta que llegó un momento en que supe que estaba diciendo pamplinas, que me sonaba hueco  hasta a mí mismo.  Paré bruscamente  aquel parloteo absurdo que no alcanzaba a quién realmente lo necesitaba, al corazón cansado de  Beli.

- Vamos a terminar por hoy  - dije reprimiendo un suspiro

Sé que no es profesional pero no podía hacer otra cosa. Cuando Beli se levantó  me acerqué  a ella, la abracé y le di dos besos. No recuerdo mis palabras ni las suyas pero sé que me regaló su más preciosa sonrisa.

Durante las siguientes sesiones no acudieron a clase. Lo comentábamos con preocupación mientras clavábamos las miradas en aquellos pupitres delanteros que ya les pertenecían y ahora estaban dolorosamente  vacíos.  Al tercer día decidimos llamar. ¡No queríamos imaginar el final del curso sin su presencia! 
Según la versión de JJ sólo habían sido casualidades: médicos, visitas y otros compromisos. Tampoco preguntamos demasiado sino que los besamos entusiasmados  cuando aparecieron  de nuevo semanas más tarde ya vestidos de verano, verano.

Beli y JJ terminaron con ilusión su segundo nivel y de ello dan fe sus dos blogs aún colgados en la red, y en los que dejaron sus consejos para vivir la vida con fibromialgia o sin ella, con la vista corta y las uñas largas. 
¿El secreto? Según Beli y JJ, amor y serotonina. 




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