17 de noviembre de 2007

Carta a un maltratador

(Esta carta no está incluida en el libro "Cardito de Puchero")

Querido Manolo:

Te extrañara mi carta , que te llame “querido” con todo lo que está lloviendo sobre ti últimamente. En estos días, la gente que te conoce responde a las preguntas de la prensa diciendo que tenías un carácter fuerte pero “ ....cómo podíamos imaginar que iba a ...” . Los más cercanos afirman que vuestra relación era normal , “..nunca escuchamos nada raro..” .Yo sé que no fue así . En el entierro de Margarita me sentí cómplice de su asesinato. Que irónico, ¿verdad? Me siento cómplice tuyo y tú ni siquiera te sientes culpable. Siempre fue así, ¿recuerdas? Me decías que daba demasiadas vueltas a las cosas y yo, admirado por tu vitalidad y por la pasión que ponías en cada regate, en cada palabra, te daba la razón. Poco a poco fui dando como normal que silbaras a las chicas al pasar y que le cortaras el paso para lanzarles uno de tus bestiales piropos aprendidos no sé donde. Incluso las amigas más intimas eran para tí – o eso decías – “cachocarne” con ojos cuyo único interés era si “tragaban” . Reconozco que tu forma de ver las cosas era cómoda . Mis años de militancia política compartidos con mujeres me salvarían de fundirme en tu opinión, pero en las contadas ocasiones en que nos vimos durante aquella turbulenta época mi preocupación era más contagiarte mis ideas revolucionarias que debatir tus disparates . Al contrario, tus tretas y humillaciones hacia ellas te daban prestigio entre nosotros.

Unos años más tarde volví al barrio y alquilé un piso justo debajo del tuyo. Tomábamos cañas en la peña y, una vez, salimos a cenar los cuatro; Margarita, siempre callada, sólo respondía cortésmente a mis preguntas y tú, Manolo , sólo tenías oídos para mí y ojos para Helen

Una vez sentí ruidos en el piso de arriba , en tu piso, Manolo. Se oía una violenta conversación “ in crescendo”. No era la primera pero esa noche, el verano nos privaba de la coartada de las ventanas cerradas.. Salí a la terraza , sentí como un cristal roto y un ¡ay! que me sobrecogió. Era Margarita pero me negué a aceptarlo. Los gritos aumentaron pero ya sólo se oía la voz masculina y un llanto continuado. Me sudaban las manos, incluso hice el gesto de salir al rellano un par de veces pero me sentía paralizado por la complicidad y por el miedo. Levanté el teléfono, pensé llamar a alguien pero un portazo sacudió el hueco de la escalera. Respiré aliviado. Arriba los gritos habían cesado y sólo si ponía atención podía escuchar un lamento que se apagaba. Dudé entre subir a interesarme por Margarita o bajar a buscar a Manolo. Al final me quedé en el sofá aplastado moralmente. Ni siquiera lo comenté con Helen cuando volvió , sentía tanto asco de mí.

A partir de ese día mi actitud contigo cambió. Empecé a rehuirte, ése fue mi segundo error, eludía los bares donde podía encontrarme contigo y si el azar forzaba el encuentro buscaba alguna excusa para no beber ” la penúltima”. Y la verdad es que te hacía falta hablar con alguien. Por días te dejabas ir , tu mirada había perdido aquella chispa de pasión y a tu alrededor se iba formando un cerco de silencio.

La última vez que te vi en la peña , los titulares del telediario anunciaban el asesinato de otra mujer :

- Algo habrá hecho – dijiste mientras una bandada de sombras se te posaban en los ojos.

Se oyó un eco de asentimientos masculinos que por un momento te devolvió a aquellos días en que eras el héroe de una pandilla. Era tu forma de pedir ayuda, tú que nunca reconocías tener problemas pero yo, guardé silencio.

La última vez que vi a Margarita fue unas horas antes de que la mataras. Me había a acostumbrado a verla con gafas negras y con la rebeca con mangas que llevaba para ocultar las marcas de tu tortura. Nos hacíamos “el cerco” mutuamente desde aquella noche .Yo quería ocultar mi cobardía y ella me evitaba, imagino, por ser amigo de su verdugo. Subía la escalera a tu casa, a su particular cadalso de cada día.

Ni siquiera fui yo el que llamó por teléfono a la policía al escuchar : ¡Socorro, que me mata, socorro! Solo me atreví a mirar desde la ventana cuando la ambulancia se llevaba lenta , sin prisas, el cuerpo de Margarita y tú salías esposado en la otra dirección . Me rompí, Manolo, por dentro. No he podido dormir desde entonces , sueño que yo soy el que está en la cárcel, el que da las puñaladas o la que agoniza en un charco de sangre.

Nunca más, Manolo, nunca más. Nunca más callaré en el bar cuando otro salvaje como tú justifique un crimen. Nunca más evitaré tu presencia, la de otro manolo como tú por no enfrentarme a tu violencia. Nunca más dejaré que una margarita llore sola en el piso de arriba. Una parte de mí, Manolo, estará eternamente encerrada contigo y otra parte estará muerta, asesinada con Margarita. La que queda viva tendrá siempre una razón para ti y un refugio para ella. Otros, Manolo, se conjuran eternamente para que pagues tu crimen. Yo, hoy, sólo puedo llevar crisantemos a Margarita con la promesa de que nunca , nunca más volverán a matarla con mi complicidad. ¡Nunca más!

Juan.