- ¡Me voy a hacer vieja aquí con vosotros, de tantos años como llevo viniendo al ”colegio de adultos” y..... los que todavía me quedan!.
La que así hablaba era Mercedes. Escurrida, bajita , de piel morena y delgada hasta ser seca, debía de andar ya cercana a los setenta cuando comenzó a venir a la escuela y permaneció con nosotros muchos, muchos años hasta que un día, de pronto, enfermó y dejó de asistir. Apenas un año después nos enteramos que Mercedes, nuestra Mercedes, había trasladado la matrícula al Primer Ciclo del Centro de Adultos del cielo.
Tenía el pelo blanco y muy rizado como Harpo, el mudo de los hermanos Marx. Quizás esta gratuita asociación que yo hacía en mi pensamiento motive que la recuerde siempre más simpática de lo que en realidad fue. Por que Mercedes era constante, tesonera y fiel pero simpática, lo que se dice simpática, nunca fue. Era difícil que cayera bien de entrada a ningún maestro, a ninguna compañera ,pero una vez superada esa coraza de distancia y frialdad con la que se protegía , podías descubrir a una mujer frágil que se confiaba en todo a ti. Fue una de mis primeras alumnas y, quizás por ello, recuerde sus cosas con un “plus” de emoción y cariño.
Mercedes era de las personas que vienen a clase con la única intención de aprender a leer y escribir , de ese tipo característico de alumnas que reaccionan nerviosamente cuando la actividad escolar se sale de ese marco. Si dedicábamos demasiado tiempo a la charla ( “el tratamiento del diálogo” según nuestro viejo y manoseado Diseño Curricular del 85 ) sobre algún tema trascendental o banal, el lapicero de Mercedes, su eterno Noris del Nº 2 , repiqueteaba sobre la superficie de la mesa , tenue pero insistentemente, recordándonos una obligación - inexistente para nosotros pero sagrada para ella - de iniciar o volver a la lectura y la escritura. Si el persistente campanilleo no era suficiente aviso y el grupo continuaba , indiferente, con su cháchara, arrugaba el ceño, cruzaba los brazos y lanzaba al aire, para quien quisiera oírle su protesta reforzada en el lenguaje corporal:
- ¿Hoy no se escribe?
Muy susceptible a su chantaje, yo empezaba a ponerme nervioso e intentaba agilizar el diálogo, hacerlo más útil y significativo. Al mismo tiempo procuraba implicar a Mercedes en la discusión pero ella, enfadada, apenas respondía a mis interrogaciones con monosílabos a los que añadía , impenitentemente, una coletilla perpetua , algo así como : “... porque yo a lo que vengo aquí es a leer y a escribir”.
En las ocasiones que, a pesar de todo, la polémica oral continuaba en la clase, Mercedes hacía amago de recoger sus cosas y irse, gruñendo:
- ¡Sí lo sé, no vengo!. ¡Como si yo no tuviera otras cosas que hacer que estar aquí de palique!.
Yo, más nervioso aun, intentaba hacer comprender a Mercedes - y a alguna más que compartía su opinión desde un confortable anonimato - que en nuestra forma de aprender como adultos ,el diálogo es tan importante como la lectoescritura . Tras un rato de personal monólogo sobre didáctica y pedagogía aplicadas, mezclados con una cierta dosis de alabanzas - coba, decimos por aquí - a su persistencia personal, Mercedes, quizás aplacada por los momentos de atención individual que había obtenido, decidía concederme una prórroga.
Al menos así fue al principio. Nos llevamos muchos meses bailando esa pieza , con ese tira y afloja ,hasta que comprendí que lo que Mercedes buscaba con esos momentos de insubordinación era precisamente el final, esas palabras particulares de afecto y reconocimiento con las que cerrábamos nuestros pleitos. En las últimas ocasiones yo ya me había acostumbrado a brindarle mis requiebros sin esperar a quemar cada una de las fases de la danza y ese sistema nos era mas cómodo, ágil y eficaz a todos.
Sin embargo Mercedes por su edad, su estado físico y psíquico y por su trayectoria vital era de esas personas que tienen graves dificultades para avanzar en la lectoescritura. Mercedes no avanzaba con los limitados métodos que conocíamos y usábamos con ella. Quizás existan estrategias que hubiesen dado resultados positivos pero yo - y me temo que todos los profesores que pasaron por su vera , que fueron muchos - nunca tuve la sensación de que avanzara en esas destrezas. La “memoria de fijación” de Mercedes parecía no funcionar a la hora de asociar grafías y fonemas, letras y sonidos. Su capacidad de retención sólo abarcaba un par de conceptos y durante unos momentos solamente. Bastaba con atender un momento a la compañera más cercana para que, a la vuelta, el universo lector de Mercedes estuviera, de nuevo, en blanco.
Una tarde, sentado al lado de Mercedes, en la mesa de ping-pong donde impartía las clases a mi primer grupo , empezaba por enésima vez a trabajar las primeras letras. Técnicamente se llaman “ ejercicios de discriminación de vocales” y tras un nombre tan rimbombante sólo se esconde la acción de enseñar a los alumnos uno de los 10 carteles con los caracteres de las mayúsculas y minúsculas, para que ellos las identifiquen en voz alta.
Enseñé a Mercedes él que yo creía mas fácil de todos , el cartel de la letra O.
- ¡La A!- me respondió con la soltura de la persona que ya ha repetido mil veces el ejercicio, veloz como una pantera y..... confusa como un caracol en una cristaleria.
- No, Mercedes – corregí con toda dulzura, influenciado por el “conductismo afectivo”, tesis que mantiene que cualquier aprendizaje es favorecido por un contexto de relaciones positivas - fíjate bien, esta letra tan redonda no es la “A”, sino la “O”. Mira mi boca al pronunciarla: ¡¡¡OOOOOOOOOOOOOO!!! ¿Ves como mis labios forman un redondel igual al de la OOOOOOOOOOOO?.
- Ya, sí yo lo sé, lo que pasa , Juan, ¡es que yo le digo la AAAAAAAAAAA!!!!!!- respondió Mercedes echando abajo , por primera vez en esa tarde, los palos de mi sombrajo pedagógico principiante.
- Entonces – volvía a insistir yo en la suposición , absurda por otra parte, de que el reconocimiento de su anterior error nos traería un éxito en la siguiente tentativa- fíjate bien ahora..... ¿ Que letra es ésta?.
Y volví a mostrarle el cartelito de la O, dando a mis bigotudos morros la circular forma de la cuarta de las vocales , en un gesto cómplice que pretendía facilitar el éxito de la nueva intentona.
- ¡La A!- volvió a aseverar Mercedes tirando por tierra toda la teoría pedagógica de Skinner y Freire, negando la utilidad de cuanto manual de pedagogía había leído hasta ese momento.
- ¡Fíjate en la silueta de la letra y en la forma de mi boca! – suplicaba yo, tras una vehemente encomienda al santo Job, cuestionándome que quizás el problema era que mi bigote no le permitía apreciar la semicircunferencia superior atribuida a la letra objeto de mi pertinaz acción docente.
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- ¡La A!- repetía mi querida Mercedes, afirmándose tercamente.
- No, Mercedes, es la ¡¡¡¡¡OOOOOOOOO!!!!!. ¿No ves como están colocados mis labios como si fueran la boca de un canuto? – replicaba yo viéndole ya el final al baúl de los trapos de mis argumentos fonéticos , para añadír en un desesperado intento – Por eso decimos “ hacer la O con un canuto” porque al pronunciarla , la “O” y la boca del canuto tienen la misma forma. ¿Lo ves?.¡¡¡¡¡¡¡¡ Es una OOOOOOOOOOO!!!!!.
- Ya, sí yo ya lo sé, - volvía a intervenir Mercedes mirándome con cara de “ éste no se entera” - lo que pasa , Juan, es que yo le digo la A.
- Pero Mercedes , – la contravine en el borde colmado de un ataque de impaciencia- eso no puede ser. A Evarista, por ejemplo, no la puedes llamar Luisa porque a ti te parezca. Si la llamas Luisa, Evarista no te respondería, ¿verdad?.
- Pero es que.... yo nunca he llamado Luisa a Evarista, yo sé como se llama cada una - me respondía cargándose de razón, sin llegar a entender aquellla repentina acusación. ¿Cómo iba ella a confundir a Evarista, su compañera del alma con la que iba y venía al colegio, con Luisa, aquella de las gafas de “culo de botella”, aquella que se llevaba toda la clase detrás del maestro, enseñándole cada letra que escribía? ¿Cómo podía confundir a su vecina de barriada, conocida de toda la vida con aquella recién llegada? ¡Que ocurrencias tenía este maestro!.
- Pues eso es lo que te quiero decir yo, que si a Evarista la llamas por su nombre, a esta letra, que se llama “O”, debes decirle “O” y no “A”. ¿Lo entiendes? Es la OOOOOOOOOO!!!!!.
- Claro, sí yo lo sé, lo que pasa , Juan, es que yo le digo la A.
La “negociación” duró más de media hora .El resto del grupo que se quejaba de la dejación que yo hacía de mis deberes para con ellas. Por mi parte, nunca llegué a convencerme si Mercedes me hablaba en serio o aquella forma de razonar era una forma más de proteger el castillo de su ignorancia instrumental ante mis ataques docentes. ¡Juzguen ustedes!. Lo cierto es que una vez que una compañera tuvo que sustituirme en la clase durante un largo período, al mostrarle de nuevo la letra polémica , la O, Mercedes volvió a señalar:
- ¡La A! – intuyendo un nuevo e interminable período de dimes y diretes.
- No, Mercedes, esta es la “O”.- dictaminó la desprevenida sustituta
- Mira, yo ya lo sé pero yo le digo la A y............¡Juan lo sabe! – contestó mi alumna dando por zanjada , de una vez por todas , la polémica.
Si nunca avanzamos demasiado en lectoescritura no fue porque ella no puso todo de su parte. De haber concedido premios a la asistencia y a la puntualidad más firmes, esa medalla hubiese sido de Mercedes en casi todas las ocasiones.
Hace tiempo, antes que las estrechas normas burocráticas de la Junta de Andalucía provocaran el asma en nuestros pechos pedagógicos, los profesores y profesoras del Centro dedicábamos la mañana completa de los miércoles a las cuestiones comunes de nuestro disperso centro . Al terminar la mañana teníamos la sana costumbre de comer juntos en algún restaurante de menú barato y servicio rápido. De esos ratos de esparcimiento gastronómico, tristemente perdidos, surgieron la mayor parte de los proyectos ilusionantes de nuestro centro.
Uno de estos miércoles , durante las dos horas que duró la comida , la ciudad fue azotada por una de esas trombas de agua que hacen historia. En el rato que iba desde que acabábamos la sesión de la mañana hasta las cuatro de la tarde , hora de comienzo de las clases vespertinas ,no dejó de diluviar un solo minuto, entre enormes truenos, relámpagos y vientos racheados. La Ribera del Río y algún que otro paraje urbano más, en un acto de tipismo local, se inundaron al coincidir los torrenciales aguaceros con la subida de la marea . Por aquel entonces todavía no se decretaban esas “alertas rojas” que hoy el Ayuntamiento anuncia sorpresivamente por la radio y la tele local suspendiendo las clases ante la posibilidad de emergencias meteorológicas para desazón de las madres y alegría del gremio docente.
Los alrededores de nuestro centro estaban tan anegados que nos fue imposible llegar en coche a la puerta, ante el peligro de que el agua de los charcos entrara en el motor o en el interior de los vehículos en los que regresábamos de la comida colectiva. No había forma de llegar puntualmente a la puerta del edificio pero confiábamos en que ninguna alumna hubiese decidido acudir a clase ante aquella inesperada repetición del diluvio universal.
¡Cuánto nos equivocábamos!. Desde una esquina muy alejada, separados de la Casa de la Cultura por una inmensa laguna que amenazaba con subir el tercer y último escalón de la puerta , pudimos ver una silueta conocida - botas de agua amarillas, bolso y paraguas blancos - que esperaba impertérrita en el soportal, como si nada pasara.
Mercedes fue la única persona que acudió “a su hora “ en medio de aquel vendaval. Quiero imaginar que su ángel de la guarda premió su tesón académico obrando un milagro, rodeándola con un aura impermeable que le permitió caminar sobre aguas y vientos. No me explico de otra manera su conducta imperturbable ante la furia de la Naturaleza.
Cuando conseguimos acercarnos a la flemática figura , ella ante un nuevo aguacero , de alabanzas y reprimendas esta vez ,apenas daba importancia a su conducta cuasi heroica e incluso estaba dispuesta a volverse a su casa en medio de la tormenta si, por la escasa asistencia, habíamos decidido no dar clase. ¡Así era Mercedes, nuestra Mercedes!.
Además de un prodigio de tesón , Mercedes era una copiosa fuente de humanidad y lealtad de la que pudimos ser testigos en más de una ocasión.
Como ya dije , al principio , Mercedes era muy reacia a participar en cualquier actividad que no fuera lectoescritora. Muchas de nuestras mujeres se valoran tan poco a si mismas que piensan que no deben defraudar a sus familias dedicando el tiempo que “ les han concedido” para ir a la escuela en ocupaciones de otro tipo, como excursiones, asistencia a cine, exposiciones, etc... Es una actitud muy frecuente entre la gente con más carencias instrumentales que suele ser la que tiene el autoconcepto más bajo. Esta disposición negativa cambia con el transcurso los días y Mercedes acabó por aceptar a regañadientes que , de vez en cuando, debería participar en actividades extraescolares.
Un día decidimos llevar a nuestro todavía precario alumnado a una sesión de teatro. Donde hoy se ubica el Auditorio , mucho antes de la obra de restauración, la Delegación de Cultura había montado una especie de grada anfiteatro para representar “ Esperando a Godot ” de Samuel Beckett.
Cuando llegamos la gente más joven ocupó la parte más alta de la grada dejando a la quinta de Mercedes los asientos pegados al suelo. Nuestra protagonista quedó situada justo donde empezaba el escenario. Yo me temí lo peor cuando observé la disposición de los asientos. Si ya era difícil que nuestras alumnas aceptaran perder un día “ de leer” para ver una comedia –así llaman muchas de ellas a cualquier representación teatral - , era todavía más complicado que disfrutaran en una de esas obras modernas donde autor, actores y actrices hacen lo imposible para implicar al público en la trama , como si éste no tuviera ya bastante con sus propias angustias y contradicciones. Este montaje, barruntaba yo, era de éste último tipo.
Me senté frente a Mercedes intentando interpretar cada uno de sus gestos. Si hubiera tenido un lápiz en sus manos , los campanilleos de su impaciencia hubieran sido la sintonía de la espera, pero, en su defecto, hacía rato que había cruzado fuertemente los brazos y arrugado la cara proclamando al mundo su enfado progresivo por la pérdida de su “ratito diario “ de lectura y por aquella disposición tan extraña de la sala que amenazaba su papel de espectadora pasiva.
La cosa cambió , empeoró, cuando los personajes , una actriz y un actor, saltaron a la arena. Digo arena porque físicamente era eso lo que había en el centro de la sala, silicatos, arena de playa marcando el espacio escénico que llegaba justo hasta los pies del público. A Mercedes el hecho de verlos tan cerca le intranquilizaba aun más y , a medida que avanzaba la obra , casi se veía obligada a responder “por bajinis” a los diálogos de los protagonistas.
En el escenario, los “comediantes” se movían arriba y abajo en una compleja trama de sentimientos, frustraciones y relaciones de poder y dominio.
- “¡Levántate! ¡Cerdo!”- rugía el jóven que hacía de Vladimir dirigiéndose a su pobre esclava Lucky, que se quejaba en el suelo abatida de cansancio
[- No te levantes, chiquilla, que se levante él con los....- aconsejaba Mercedes haciendo de contraparte susurrante.]
Más adelante la intensidad de la obra bajaba y el personaje virulento se hacía autocrítico y reflexivo:
- “Me sentía sólo.” – declamaba el mismo actor contagiando al público con las reflexiones de Beckett sobre el tiempo y el hombre.
[- ¡Pues te “joes”- mascullaba Mercedes- , no vas a estar solo si eres más malo que un dolor!]
Se acercaba el final y Godot, fuera quien fuera,no aparecía para desesperación de los protagonistas y desazón del público que llevaba ya más de una hora compartiendo la infructuosa espera.
-“ Nos ahorcaremos mañana, - anunciaba finalmente el objeto de las iras de Mercedes incluyendo a la sumisa mujer en su propósito suicida - a menos que venga Godot”
[- Ahórcate tu sólo - le aconsejaba en voz baja nuestra indinignada amiga - y deja ya de dar por ...].
En la parte final de la obra, en un dilatado crescendo de violencia , el protagonista masculino aparecía con la mujer que hacía de esclavo atada por el cuello con una cadena de cuero negro. Progresivamente pasaba del maltrato verbal a la agresión física.
- .... ¿Será trapo el tío ese?....- murmuraba Mercedes, de manera cada vez más audible, con los brazos ya descruzados y viviendo como propia la angustia de la esclava torturada- ..... pero....¿quieres dejarla ya?.
En un postrer arrebato de cólera , el tirano abofeteó a la chica que fue a caer estrepitosamente......¡ a los pies de Mercedes!. Ella, sin pensarlo un momento, se levantó como un rayo y la arropó con sus brazos :
- ¡Ay , hija mía, levántate!- exclamó interponiéndose entre los dos actores mientras clavaba una mirada de auténtico odio en los ojos del verdugo.
En la sala hubo un momento de general desconcierto. Los intérpretes, apeados de la concentración dramática por la grandeza del gesto humano ,olvidaron el guión; la propia Mercedes, perdida definitivamente entre la ficción y la realidad se negaba a abandonar el abrazo samaritano ; yo, emocionado y perturbado a la vez, me dejaba mecer por la contemplación de aquella Pietá de carne y hueso, esculpida por una mezcla azarosa de teatro y realidad . Fue el público, anónimo y sorprendido, ante la urgencia de hacer algo para sacar a mi alumna de aquel cómico y magistral atolladero, el que resolvió finalmente la situación con una carcajada colectiva .
Poco después finalizaba la obra y cuando Mercedes , furtiva y apresurada, aprovechaba la semioscuridad para salir de las primeras, ese mismo público premió su solidaridad ,su arrojo y su humanidad con una gran ovación de la que Mercedes, devota de la cofradía de la simplicidad y el anonimato, huyó como debía escapar la liebre del cuento de sus perseguidores - galgos o podencos -, sin volver siquiera la mirada
1 comentario:
Qué fantástica historia, Juan, inolvidable. Seguro. El final participativo en el teatro me recuerda a las historias que he leído de las representaciones de títeres en los pueblos sicilianos: es ancestral, y es lo mejor: sobrepasar los limites que separan realidad y teatro. ¡Bien por Mercedes y su A!
Un saludo.
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